A UN MES DE NAVIDAD ¿PREPARADA?

 Ah, la Navidad… ese momento del año que debería ser pura magia, entre luces brillantes, chocolate caliente y abrazos. Pero seamos sinceros, para muchas de nosotras, la realidad se parece más a una película de acción: caos, carreras de último minuto y villancicos en bucle como banda sonora. La pregunta no es si sobreviviremos, sino cómo.

Empecemos por la temida lista de cosas por hacer. Porque, claro, no es una lista normal; es un pergamino interminable que parece crecer cada vez que tachas algo. Comprar regalos, envolverlos como si fueras Marie Kondo con estrellitas, coordinar cenas familiares, enviar tarjetas (¿alguien sigue haciendo esto?) y, por supuesto, cocinar como si fueras la nueva estrella de MasterChef.

Y mientras tú te debates entre todo esto, siempre hay alguien que viene a alardear: "Yo ya tengo todos los regalos desde octubre". Bueno, felicidades, campeona. Yo aún estoy buscando un hueco en la agenda para empezar. ¿Podemos intercambiar vidas?

Montar el árbol suena fácil, ¿verdad? Error. En la práctica, es una actividad que combina malabares, paciencia y la capacidad de ignorar comentarios pasivo-agresivos. Si tienes niños, la dificultad aumenta: "¡Yo quiero poner la estrella!", "¡No, yo primero!" Y luego está el gato, porque siempre hay un gato, mirándote con cara de “esto es mío” antes de lanzarse al árbol como un ninja.

Al final, después de horas de esfuerzo, consigues que quede decente. Pero entonces llega el crítico oficial: "¿No tenías bolas de otro color? El dorado ya no se lleva." Claro, como si tuvieras un showroom de decoración navideña en casa.

Hablemos de los regalos, esa tradición navideña que debería ser bonita, pero que en realidad es una mezcla de estrés, creatividad forzada y un presupuesto que parece encogerse cada año. ¿El peor enemigo? El cuñado que siempre dice: "A mí no me regales nada".

Y luego está el envoltorio. A pesar de tus mejores esfuerzos, los regalos terminan pareciendo hechos por alguien con los ojos cerrados y las manos atadas. Mientras tanto, en Instagram, hay gente que envuelve sus regalos con flores secas, hojas de eucalipto y cintas hechas a mano. Yo ya estoy contenta si la cinta adhesiva no se arruga.

Llegamos a la cena, ese momento donde la logística parece más complicada que un viaje a Marte. Primero, decidir quién cocina qué, porque siempre hay alguien que aparece con un pan y dice: "Es que no tuve tiempo para más".

En ese punto, miras la botella de vino y decides que tu próxima Navidad será en una isla desierta.

Entre tanto estrés, es fácil olvidar lo importante: la Navidad no se trata de tener todo perfecto. No importa si el árbol está torcido o si el pavo parece más bien una zapatilla. Lo esencial es que estés ahí, siendo tú misma y riéndote de tus propios líos.

Y, si en algún momento sientes que la Navidad te supera, recuerda que no estás sola. En mi libro "Ser Tú Misma, donde todo está bien", encontrarás herramientas para tomarte la vida (y la Navidad) con más calma y humor.

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