¿QUÉ ES SER MUJER?
Ser mujer es caminar por un sendero bordado de luces y sombras, donde cada paso resuena con la historia de quienes nos precedieron y la promesa de quienes vendrán. En la delicada danza de la feminidad, hay una fuerza ancestral que trasciende los roles y estereotipos que la sociedad ha querido imponerle. Ser mujer es, ante todo, ser múltiple: es tener la capacidad de ser roca y agua, de quebrarse y recomponerse, de ser raíz profunda y, al mismo tiempo, viento que se desliza libre.
Es sentir el mundo a flor de piel, saborear el poder de las emociones y, en muchas ocasiones, ser la guardiana silenciosa de la vida. La maternidad —en todas sus formas— es solo uno de los rostros de esta experiencia. No solo da vida quien la engendra, sino también quien crea desde su ser más profundo, quien cuida, quien se entrega, quien transforma lo cotidiano en extraordinario. Cada mujer es un universo en expansión, donde los ciclos de la luna marcan sus ritmos internos, y en cada fase se despliega una sabiduría antigua: la niña que aprende, la joven que sueña, la madre que protege, la anciana que guarda sabiduría y secretos en su mirada.
Ser mujer significa saber resistir en un mundo que, muchas veces, exige más de lo que da. Es aprender a decir "no" sin culpas, es permitirse llorar sin temor al juicio, y es reclamar un espacio propio en una sociedad que aún no ha aprendido a valorarlo del todo. La feminidad, con sus matices suaves y sus bordes filosos, es también la capacidad de sostener. En los brazos de una mujer cabe la fragilidad del otro, pero también la suya propia, esa que en momentos de soledad o desesperanza surge y grita, recordándole que es humana, que está viva.
En el cuerpo de una mujer habitan las cicatrices del tiempo y las huellas de la vida. En cada arruga, en cada marca, se escribe una historia de luchas, de amores, de heridas y sanaciones. Ser mujer es vivir en constante renacimiento, reinventarse con el paso de los años, y, sobre todo, aprender a mirarse al espejo con ternura, abrazando la imperfección como una forma sublime de ser completa.
La feminidad no es una cárcel, es un lienzo. Es ser el eco de todas las mujeres que ya no están, y el latido de las que vendrán. Es saber que la vulnerabilidad no es debilidad, sino la raíz de la empatía, la verdadera fuerza que nos conecta en lo más profundo. Y ser mujer también es ser libre, aunque a veces la libertad haya que construirla de a pocos, con paciencia y coraje, desafiando lo impuesto para finalmente ser quien siempre hemos sido.
Porque ser mujer no es una definición estática; es un proceso, un constante descubrimiento. Es tejerse a sí misma una y otra vez, con hilos de valentía, amor propio, sueños, y también con miedos. Es hacer los pasos con la sombra, y celebrar la luz. Es reconocer que, en su interior, lleva el poder de crear y transformar, no solo su vida, sino el mundo que la rodea.
En cada mujer habita una diosa dormida, y despertar su divinidad es el mayor acto de amor hacia sí misma. Porque ser mujer es, en última instancia, ser todo lo que quiera ser, sin disculpas, sin barreras, y con la firme convicción de que, en su singularidad, yace la esencia de la humanidad misma.
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